viernes, 14 de agosto de 2009

Enamorarse del viento

Comino, Sandra. La enamorada del muro. Buenos Aires: Alfaguara, 2009. Ilustraciones de Gabriela Burín.

Hablar de La enamorada del muro es hablar del movimiento que surge desde lo inanimado, de lo pequeño que puede exhibirlo todo. Me cuesta hacerlo; a veces pasa que uno se congela de fascinación frente a un libro. Este es el caso.

Previamente editado por el Fondo de Cultura Económica, este libro de Sandra Comino ahora forma parte del fondo editorial de Alfaguara. Un cambio positivo, sobre todo por la incorporación de las ilustraciones de Gabriela Burín, que ahondan el sentido grotesco del texto y logran un libro realmente diferente. Es una lástima que no se haya impreso a cuatro colores. Y, ya que estamos hablando de la edición, voy a introducir una crítica relacionada con el paratexto: el texto de contratapa tiene una relación casi nula con el libro; no da cuenta de la amplitud de la trama ni de la calidad estética.

La enamorada del muro por momentos se desdobla; empieza con un nene y su tarea de Matemática, sigue con una muerte rodeada de alboroto y termina focalizándose en lo pequeño que suele pasar desapercibido para el observador desatento.
El narrador plantea dos episodios que surgen del mismo evento y suceden en simultáneo, cuya conjunción deviene en un relato armonizado con texturas propias de la comedia de enredos, del sainete, un poco del absurdo y mucho de la prosa poética. Por un lado, el episodio centrado en la confusión de muertos –¿murió la rata o murió la esposa?–; y por otro lado, los inconvenientes sufridos por la protagonista en el intento de realizar un simple trámite. Ambas situaciones se estructuran bajo la figura del encadenamiento y se conectan por la imposibilidad de clausurar la confusión: el malentendido, al cual se le niega todo proyecto de culminación, se amplía cada vez con mayor intensidad.

Crece el rumor. Crece la confusión. Crece la enamorada del muro.

Todo se va extendiendo hasta adueñarse, a su modo, del sentido. El rumor fracasa como portador de información certera, como fuente de acceso al conocimiento de lo real. Sin embargo, su éxito radica en reformular el mundo y sus eventos en clave literaria.
Siguiendo con la resignificación, la participación de Burín es clave en estos términos. Su estética cercana al grotesco –que va desde lo exterior a lo profundo–, con esos personajes tan llenos de expresividad, ofrece evidencias de la narratividad intrínseca de lo visual y de cómo las imágenes pueden incidir en la recepción de un texto. Relato literario más relato visual. El resultado: un libro construido en la frontera entre velocidad y detenimiento, entre lo terso y lo rugoso.

Frente al muro, rígido y sólido –al que la planta se aferra y recorre enamorada–, en el relato de Comino todo es endeble y frágil: el conocimiento, la verdad, las imágenes, la seriedad de los empleados públicos. Incluso la muerte, porque entre el caos que reina en el barrio, la rata se despierta y vuelve a corretear por la vida. Y después está el viento, que aparece, en oposición al muro, para darle movimiento a la enamorada y cerrar así la historia.

Y eso me hace pensar en Nélida Salvador, que decía, tan bien dicho, “sabe el viento/ que gira/ entre las hojas/ lo que el otoño/ oculta”. Sí, parece ser que el viento es el único que entiende los reveses del desorden.


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