domingo, 31 de enero de 2010

No cambio mi río ni por todos los mares cálidos del mundo

por Luciana Murzi.

Mainé, Margarita. Los dientes de Yacaré. Buenos Aires: Edebé, 2004.
Ilustraciones de Sandra Lavandeira.


Edebé tiene una colección preciosa para primeros lectores que se llama “Flecos de Sol”. En ella se inscribe este libro en el que, con mucha soltura, Margarita Mainé reúne al Ratón Pérez (simpatiquísimo en las ilustraciones de Lavandeira) y a un yacaré que con facilidad va perdiendo y ganando dientes.
Al yacaré se le ocurre (un noséquién le contó) que puede conseguir dinero a cambio de sus dientes al igual que los humanos, así que decide busc
ar al Ratón Pérez para efectuar el intercambio. Gracias a la ayuda que varios animales le prestan, lo logra; entonces en escena aparece un ratoncito lleno de miedo frente a los enormes –y abundantes– dientes del yacaré.

Claro, el protagonista vislumbra un gran negocio: con tanto diente va a hacerse millonario y va a cambiar su río de siempre por el Mar Caribe, que nunca se seca y tiene aguas amplias y cálidas para nadar a gusto.
Atravesamos eso: un narcotráfico de dientes y monedas, un río desde adentro, el mar como un deseo –una fábula del deseo–, el consuelo de los chicos por la pérdida de los dientes y un yacaré que no quiere quedarse afuera.

En Los dientes de Yacaré, la ambición parece ser el punto de partida: hay anhelo de monedas (de multiplicación) porque hay anhelo de algo más que no se posee.
Al yacaré los dientes le crecen y se le caen sin ninguna finalidad, pero con las monedas del Ratón Pérez aparece un objetivo: cada diente tiene una ganancia y muchos dientes desembocan en el mar.
Dientes: lo que muere para vivir, lo que muere para renacer. Es pérdida en pos de una ganancia: una inversión que apuesta a lo nuevo a partir del vaciamiento. Y ahí está ese río que a veces se seca para luego volver a llenarse de agua nadable.

“La ambición es una cuerda altísima donde una equilibrista intenta monerías para agradar (…). La belleza, lo sabe la equilibrista, solo brillará lo que dure el reflejo de su caída.”, dice María Negroni hablando de Sylvia Plath. Pero acá se habla del yacaré de Mainé, al cual la frase se adapta a la perfección.
La ambición que suena ruido, que moviliza a los espectadores, que trabaja desde adentro hacia afuera. El equilibrista va de un lado al otro de la cuerda, cuerda alta y tensa, cuerda difícil, sin pensar en caer hasta que cae, al igual que caen las monedas en el fondo del río.

Por fortuna, el yacaré se baja antes.
Entiende que el circo tocó la noche y que, por el momento, la función –la ficción– llegó a su fin.
Lo que queda –no como resto, sino como condición total– es un río, un río que es propio y es hermoso, junto con unos dientes que van naciendo sin apuro porque no están obligados a ir a ningún lado.

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