
Me regalaron un libro-álbum –sí, todavía mi mamá me compra libros infantiles y me los obsequia llena de entusiasmo, que es la misma forma con la que yo los recibo– editado por Norma Colombia. Se llama Sombras y relata el paseo que da un chico por su ciudad en las horas de la siesta, cuando el sol está en lo alto y todo duerme.
Sergio, sin embargo, pasea. Recorre calles, la plaza, el puerto, el faro, el zoológico. Y sin alborotarse ante el descubrimiento, nota que las sombras que proyectan los sujetos y los objetos tienen vida propia, maneras de ser y de estar diferentes. A veces, anticipan eventos; otras veces, exhiben deseos y pensamientos. A veces, tienen la forma exacta de los cuerpos de los que derivan; otras veces, no. A veces, parodian arquetipos; otras veces, migran hacia proyectos más complejos.

“¡Qué hermoso libro!”, pensé mientras lo cerraba y empezaba a encontrarme cara a cara con lo que sería una fatalidad: el texto de contratapa. Terminaba diciendo así: “Esta es una historia sobre el poder de la imaginación infantil y cómo esta puede transformar y enriquecer la realidad.”.
Sentí repentinamente que me habían clausurado el sentido de la lectura. (¡Y cómo se atreven a esta altura del partido!) A la vez, me alegré –de manera muy egoísta– por haber leído el libro salteándome la lectura de este paratexto, porque así pude disponer enteramente de mi libertad de abordar estéticamente una obra.
Empiezo a pensar seriamente que la tarea editorial de escribir contratapas puede considerarse un arte.
Empiezo a pensar seriamente que la tarea editorial de escribir contratapas puede considerarse un arte.
1 comentario:
En serio que las contratapas son un arte. Incluso vi casos peores, en los que te cuentan el final o algo clave en la trama. A veces es muy decepcionante.
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