Por Inés Castellano
Canela. Nariz roja, nariz verde. Buenos Aires: Sudamericana, 2009.
"Una vez que algo echaba a rodar, no volvía atrás." Eso pensaba Luciano sobre todas las cosas. De las personas, de las acciones, de la vida. La historia es igual: se pone en movimiento, rueda como una piedra, indetenible, pesada, como los pasos del camino hacia el pueblo y también como los de regreso, como los pasos del camino a la madurez.
A Luciano y al relato los marcan la intimidad y el crecimiento. Son muy personales, introspectivos. El relato crece hacia adentro, en silencio, y marca rítmicamente el paso a la madurez.
El hijo siente vergüenza por su padre, que se ridiculiza para poder darle de comer a su familia. No puede ponerse en sus zapatos, zapatos de payaso que todavía le quedan grandes.
Sin embargo, también hay identificación: en los gestos, en las palabras. Y eso me pareció maravilloso, un preámbulo al crecimiento. La empatía con el mundo de los adultos, comenzar a comprender las responsabilidades, las tareas, los sacrificios.
Todo esto en un relato tan breve, me encantó.
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