Miró por la ventana.
Caían gotas grandes como una vecina gorda en camisón.
Su maullido de alegría se escuchó hasta el octavo piso. Había que salir a chapotear.
Se asoma a la puerta. Lo salpican las gotas que rebotan en el piso.
Una patita afuera, la otra sale detrás.
Pero un paraguas lo espera, alerta. Rojo granate amenazador.
Un salto rápido a la calle y nada más para alcanzar la lluvia.
Pero el paraguas lo sigue y lo resguarda del agua.
¿Un gato que quiere ser llovido? ¿Dónde se ha visto?
Para un lado, para el otro...
Pero el paraguas no se deja esquivar.
Maullidos y saltos acrobáticos. Contorsionismo perfecto.
Pero el paraguas no se deja esquivar.
Piruetas imposibles y estiramientos elásticos.
Pero el paraguas no se deja esquivar.
Suspirando, con las patitas apenas embarradas, vuelve a casa y se echa a descansar.
El paraguas sigue ahí, en la puerta, complaciente.
Al fin y al cabo, se sabe: a los gatos nunca les llueve.
Basado en la ilustración de Emiliano Quintana.
4 comentarios:
para que no insistan TANTO.
¡Me encanta! Los felicito a ambos. ¡Tienen que producir más porque es una buena dupla!
Je, je; hoy no está con gotas de vecina gorda en camisón, pero igual que seguro a los gatos no les llueve.
Me recuerda a mi gata, ella siempre va en busca de esas gotas grandes como una vecina gorda en camisón... Muy bueno!
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