Texto de Davide Cali e ilustraciones de Philip Giordano.
En Italia, por Zoolibri, 2008. En Argentina, por Adriana Hidalgo Pípala, 2009.
La isla del pequeño monstruo negro-negro es un libro de colores encontrados, traídos y abiertos, un libro de colores sobre fondo negro.
La angustia del monstruo empieza en la carencia y termina en la abundancia. Así de sencillo. Un camino sin retorno que va del agobio a la búsqueda, de la búsqueda al miedo, del miedo al hallazgo y del hallazgo a la felicidad.
Fotógrafo de fotos negras-negras, el protagonista emprende con su amigo el murciélago –tan original que anda vestido del mismo tono– un viaje en barco para descubrir nuevos paisajes fotografiables.
Es sabido que, cuanto más propio es el negro, más oscuro se torna (y también más impecablemente coloridas y luminosas las otras cosas); y por eso el conjunto de las islas visitadas funciona para el monstruo como generador del deseo de ampliarse y abarcar, de no conformarse e indagar otros modos de ser tonalidad.
Siendo infeliz en su negrura, la experiencia de batallar contra lo negro es, para el pequeño monstruo, enfrentarse consigo mismo y con el deslumbre que despierta lo otro.
El desplazamiento es circular. Negro, verde, rojo, rosa, naranja, lila, blanco y otra vez negro. Es un viaje para pasarla mal –peligros + padecimientos + aprendizaje– pero necesario para conseguir un final feliz; un viaje para aprender a valorar lo ajeno, para confirmar que lo todo negro –lo todo propio– es efectivamente algo negativo si se ofrece en esos términos: de forma aislada y absoluta.
“Conocer es un acto que transforma aquello que se conoce”, dice Octavio Paz; y, según estás pautas, el monstruo es un digno ejemplar del buen explorador: movido por la inquietud, indaga, avanza, atraviesa, reemplaza, reelabora y, constantemente, (re)significa.
Lo recientemente conocido –lo cognoscible que se asomaba y se ofrecía– se vuelve otra cosa en el movimiento de confundirse con lo propio y, por ende, ya conocido.
Así, el viaje se convierte en una revelación; y es acá donde la fotografía aparece como un elemento de centralización narrativa.
Revelar es descubrir o manifestar lo ignorado o secreto, volver visible lo oculto, hacer que surjan colores de un fondo negro. Y, maravilla maravillosa, en las fotos ahora también están esos secretos verdes, rojos, rosadas, lilas y naranjas antes ignorados.
Estos colores que habitan islas y forman una estructura meticulosamente delimitada –agua, isla, agua, isla–, sin contaminación ni transferencia, terminan siendo traducidos por el monstruo y el murciélago. La isla negra-negra ahora es la zona que transgrede ese esquema perfecto e inaugura lo impuro. Y, sí, ese es el lugar perfecto para que el pequeño monstruo experimente su arte de flores y colores y también negros en fotografías.
Sin embargo, hay un resto que queda intacto: la caverna donde duerme el protagonista siguen siendo negrísima. Una fidelidad destacable.
2 comentarios:
Qué descubrimiento, no conocíamos este blog!Cuánta información!
¡Qué bueno el blog de ustedes!
Me encanta.
Saluditos
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