Por Luciana Murzi.
Keselman, Gabriela. El cumpleaños de Enzo. Buenos Aires: Alfaguara, 2005. Ilustraciones de Claudia Bielinsky.
Enzo el elefante es el cumpleañero del día. ¡Alegría y regalitos!
Una pelota, un barco de papel, un caballito de madera. Impulsada desde el deseo, la tarea de jugar con los regalos es sencilla, a menos que tengamos los cordones desatados y no sepamos cómo anudarlos. ¡Qué problema para Enzo el cumplidor de años! Sus papás elefantes no quieren ayudarlo porque sostienen que ya es grande como para poder hacerlo solo.
Enzo puede. Le cuesta pero lo logra. Con los zapatos bien puestos, sale a jugar con sus amigos. Venció la barrera del cordón y, como sigue siendo su cumpleaños, su amiga la ardilla le regala una torta llena de crema y frutillas.
Acá está la segunda instancia conflictiva; sin embargo, ahora el asunto no es necesitar ayuda, sino compartir.
Como una parodia del cuento tradicional “La gallinita roja” –la gallinita está preparando pan; los demás animales se niegan a ayudarla y ostentan holgazanería; la gallinita realiza todas las tareas y el pan está listo; los demás animales quieren comer y ella que no, que no comen nada porque no colaboraron–, Enzo no quiere compartir con su familia la torta. “Ya soy un elefante mayor. Puedo yo solito.”.
Mientras que “La gallinita roja” intenta mostrar la importancia del trabajo en equipo, en El cumpleaños de Enzo se plantea la necesidad de establecer diferencias entre los eventos y entre las acciones que pueden llevarse a cabo frente a ellos. Una cosa es el proceso de aprendizaje y otra muy distinta, el acto de compartir.
Enzo tendrá que adecuarse a cada situación, tendrá que generar respuestas coherentes con el evento que se le presenta. Enzo tendrá que aprender no solo a atarse los cordones (a "poder solito") , sino a relacionarse con los otros. Actos individuales y actos de grupo.
Yo tuve un cumpleaños parecido al de Enzo en el sentido de apostar a una iniciación y confundirse en el intento. Mi mamá me propuso deshacerme del chupete. Había que dejarlo, eso estaba claro. Así que lo tiré por la ventana. Pasaron algunas horas entre piñata, globos y vasitos de coca hasta que volví a necesitarlo con urgencia. Sin fuerza de voluntad y con mucho llanto, le toqué el timbre a la vecina de abajo y le pedí que me devolviera el chupete que, por supuesto, se me había caído en un descuido.
Por eso lo entiendo a Enzo el elefante, librado a la buena de Dios ante la difícil empresa de hacer un lazo sin enredarse. Hay que aprender, claramente, aprender a ser solo y a ser con los demás. Pero no tan de golpe y sin explicaciones.
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